lunes, 16 de agosto de 2010

FELICIDAD NACIONAL


Marcelo Duque D.

Son las siete de la tarde bajo la capa invernal santiaguina. El aire funesto, los inmuebles grises que se alzan, y los buses-gusanos que mueven a las pobres caras de zombis, todo eso, me hace recordar ciertos paisajes muy "modernos"; mosaico entre Matrix, el 1984 de Orwell, y El Hombre de multitud de E. A. Poe. Frente al plato servido cabe dos opciones: o nos tragamos la mierda o lo lanzamos - la mierda, el plato, los cubiertos, y el local entero - con fuerza en la cara del dueño. Ese es nuestro dilema.

De pronto es chocante saber que entre 6 países sudamericanos Chile es el penúltimo en un sondeo de felicidad (según un estudio por Cimagroup, 2006). Está claro que influye el clima y nuestra cultura de sureños latinoamericanos, pero es evidente que los niveles de felicidad responden a nuestra condición de ciudadanos de poca monta y de un porvenir incierto (que suena como un par diabólico).

Decir “no me interesa la política” me parce un suicidio rasca, que es lo mismo entregarse al destino de los otros (los dueños de la factoría), o comerse indignamente el platito de mierda. Creo que la “política” o mejor dicho “el motivo político” no solo se manifiesta en el campo de la conciencia, también opera en los ánimos y en los cuerpos. El enlace entre el mal estar personal y la idea de reMover las cosas colectivamente es, y ha sido históricamente, una fibra maestra de toda transformación social.

La FELICIDA NACIONAL es nuestra meta, una urgencia POLÍTICA.

miércoles, 14 de julio de 2010

ENTREVISTA A ROBERTO BOLAÑO

"Al final no tuvimos ninguna pared donde apoyarnos" Ha sido la revelación literaria del pasado año. Es chileno, nació en 1953 y desde 1977 vive en España. Para entonces ya había recorrido un buen camino. A los quince años se trasladó a México, donde se hizo poeta, vivía del periodismo y se convirtió en troskista. En 1973 volvió a Chile, justo para presenciar el golpe militar. Cayó preso, pero tuvo suerte y lo soltaron. Estuvo también en El Salvador, donde conoció a los futuros asesinos de uno de los mayores poetas latinoamericanos. Son cosas de las que habla en esta entrevista. En España ejerció todos los oficios posibles. Ya había cumplido los 43 cuando publicó su primer libro de narrativa, La literatura nazi en América (Seix Barral, 1996), que fue aclamado por la crítica española. Luego vinieron Estrella distante (Anagrama, 1996), novela que consolidó su recién ganada reputación, y los cuentos de Llamadas telefónicas (Anagrama, 1997), que le consagró como uno de los mejores escritores contemporáneos en castellano. Desde hace algunos años vive en un pequeño pueblo de la Costa Brava.

¿Cómo cae un chileno en Blanes?
Por azar. En Blanes me fui a montar un negocio; era una época en que tenía tiendas. Era una tienda de bisutería, ropa, para turistas, y así me quedé a vivir allí.

¿Y todavía vive de la tienda?
No, desde el año 93 vivo exclusivamente de la literatura. Ese año gané tres o cuatro premios que me dieron mucho más dinero que los libros que publiqué luego. Tenía cuarenta años.

Debió de ser un giro milagroso... No lo veo ni como un giro ni como algo milagroso. Yo escribo desde los 18 años y a los 22 vivía de la literatura en México. Todo el dinero que llegaba a mis manos era producto de escribir: periodismo, artículos... Recuerdo que el billete de avión para venirme a Europa lo gané con dos artículos en una revista mexicana.

¿Y por qué vino a España?
Vine a España en el año 77. En realidad iba a Suecia, donde más o menos tenía arreglado un trabajo, pero mi madre vivía en España desde hacía dos años y estaba muy enferma cuando yo llegué. Entonces, me quedé a esperar que se pusiera bien, a ayudarla, en fin. Barcelona, en el año 77, era una verdadera belleza, una ciudad en movimiento con una atmósfera de júbilo y de que todo era posible. Se confundía la política con la fiesta, con una gran liberación sexual, un gran estallido sexual, un deseo de hacer cosas constantemente, que probablemente era artificial, no me hago muchas ilusiones al respecto, pero, artificial o verdadero, era tremendamente seductor. Para mí fue un descubrimiento, y me enamoré de la ciudad. En Barcelona aprendí cosas que yo creía que sabía pero en realidad no sabía.

¿Cómo cuáles, por ejemplo?
El vivir fuera de la literatura. Yo en México vivía muy en relación con la literatura. Vivía entre escritores y me movía en un mundo en donde quienes no eran escritores eran artistas. Y en Barcelona comencé a moverme en un mundo en donde no había escritores. Tenía amigos escritores, pero poco a poco empecé a tener amigos de otro tipo. Hice de todo, evidentemente: lavaplatos, camarero, vigilante nocturno, basurero, descargador de barcos, vendimiador, en Barcelona, en Francia, en un montón de sitios. Y me pareció magnífico. Además, en aquella época no había el paro que hubo después y la movilidad laboral era realmente grande; mi cuerpo me lo pedía, saber que trabajaba, conocía a gente, ganaba dinero y, cuando me aburría, lo dejaba y a la semana estaba trabajando en otra cosa. Me pareció fantástico.

Entonces ¿por qué retirarse al campo?
Eso ya ocurre después de que pasa la euforia del 77. En España el desencanto lo fechan en el 79-80, pero en mí empezó un poco después. Me fui a Girona porque estaba harto de Barcelona, además vivía en una calle muy céntrica, Tallers, a espaldas de La Vanguardia. Lo visitaban miles de personas. Había tenido miles de historias y necesitaba salir de todas ellas, era vivir con gente y con fantasmas. Necesitaba irme a algún sitio donde no conociera a nadie.

¿Y a México cómo llegó a los 15 años?
Por mis padres. Mi madre era profesora y mi padre era transportista. Decidieron un día irse a México a vivir. Cada uno llegó con un ideal y luego no salió nada, como pasa siempre.

En 1973 decide volver a Chile...
A los veinte años vuelvo a Chile sólo a hacer la Revolución. Yo estaba por aquella época más bien en la extrema izquierda, cercano al MIR, pero mi ideología era troskista. En realidad el MIR nunca tuvo buena relación con la política de los países del Este. Ahora, siempre ha sido una salvedad bastante infantil con Cuba porque es una enfermedad de los latinoamericanos. Los cubanos pueden ser prosoviéticos, pero son latinoamericanos...

Caso de Cortázar, que era crítico con la URSS, pero apoyaba al régimen cubano que censuraba sus libros.
Yo creo que ahí la cagó Cortázar y la gran mayoría, y la cagaron de una manera bestial. El hecho de que fueran latinoamericanos de alguna manera les perdonabas más que a los demás. Es difícil, porque, por ejemplo, hubo muchos troskos que se exiliaron en Cuba, y los cubanos no se portaron mal con ellos. Hubo muchas guerrillas de gente que no estaba con el socialismo real, claramente, que fueron apoyadas también por Cuba. Además, la atmósfera de aquellos años era apocalíptica en el sentido de San Juan, en el sentido cristiano. Todos esperábamos o el estallido de la revolución o el estallido de la contrarrevolución. El Día del Juicio era algo que se respiraba. El miedo a ese día evidentemente te hace buscar, al menos mentalmente, una pared donde apoyarte, por puro miedo. Al final no tuvimos ninguna pared donde apoyarnos y nos fue como nos fue, evidentemente, pero yo creo que sólo así se explica lo de Cuba y lo de Cortázar...

Dicen que los meses anteriores al golpe de estado de Pinochet fueron terribles, lleno de odios y enfrentamientos.
Los últimos meses del gobierno de Allende fueron espantosos. Pero tampoco me hacía muchas ilusiones; era ingenuo, pero no esperaba la revolución suprema de los hombres puros ni nada de eso. Yo creo que en el fondo iba a la aventura y me gustaba la aventura en sí misma. Encontré toda la aventura que quería y muchísima más. Sobre todo después del golpe de estado.

¿Recuerda todavía el día del golpe?
Yo vivía en casa de Jaime Quesada, que ahora es un poeta casi oficial, y en aquella época era un poeta joven, amigo de mi madre. Me despertó temblando y me dijo: "Roberto, han dado un golpe los militares". Lo primero que recuerdo es decir: "¿dónde están las armas?, que yo me voy a luchar". Y Jaime diciéndome: "no salgas, no vayas, ¿qué le voy a decir a tu mamá si te pasa algo?".
Yo no conocía el barrio y Jaime estaba dispuesto a quedarse encerrado todo el día en casa. Fui a casa de un chaval de quince años que sabía que era de izquierdas. Y le pregunté: "¿quién está organizando la resistencia en el barrio?, porque yo voy de voluntario". Y este chaval me dice "yo también quiero ir de voluntario". Yo tenía veinte, pero éste tenía quince. Y fuimos juntos a la célula comunista, que eran los únicos que tenían organización. Había gente de todos los partidos allí. Era la casa de un obrero comunista. Un hombre que estaba muy, muy asustado. Recuerdo, además, que tenía libros de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía, estos pequeños libritos de vaqueros los tenía en su aparador. Fue muy tierno, muy desolador y muy tierno.

¿Pero estaba realmente organizada la resistencia, en caso de un golpe?
Llegamos allí y decimos, "¿qué hay que hacer?". Somos como veinte o treinta personas y nos dan a cada uno una tarea: vigilar calles. En realidad nos dan un plan prefabricado con un escenario de guerra civil, no de golpe de estado. Yo me encuentro con que aquello que me mandaban hacer era una soberana estupidez. Porque era vigilar la casa de un civil, de una persona que se sabía que era de derechas, por si llegaban allí armas, en fin, tener controlada esa casa. Algo demencial, porque las calles estaban desiertas y cuando pasaban patrullas militares si no te disparaban te detenían. Me dan un pseudónimo y un santo y seña para darlo a un compañero que pasaría haciendo los controles. Me voy a la calle que tengo que vigilar. No hay nadie, estoy yo solo. Empecé a tener miedo, ¿qué hago yo aquí? Estás en una calle solo y lo primero que piensas es que te están mirando desde todas las ventanas. Hasta que llegaron los que pasaban revisión y a mí se me había olvidado la contraseña; hablé con ellos, volví a la célula. En aquella época hablaba como mexicano y creyeron que era extranjero. Y como a todos los extranjeros se les suponía una gran veteranía en la lucha armada, me piden a mí, que podía ser muy bien un infiltrado, que vaya a contactar con la célula mayor.

¿No funcionaban los teléfonos?
Tenía que ser un contacto de persona a persona. Me dan una bicicleta para que vaya a no sé cuántos kilómetros de distancia por una ciudad que no conozco, porque yo nunca he vivido en Santiago. Ahí me di cuenta: si les hago caso me matan seguro. Fue divertidísimo. Como una película de los hermanos Marx. Ordenes, contraórdenes, nadie se aclaraba.

¿Pero llegaron a hacer algo finalmente?
A eso de las doce, una de la tarde nos llega la noticia de que el general Prats viene con un contingente de tropas leales. Decidimos ir a recibir a Prats, pero militarmente, es decir, darle una cobertura de entrada y ver qué armas teníamos. Y nos vamos a un barrio que estaba allí al lado, como de chabolas, que se llamaban en esa época el movimiento "los sin casa": ocupaban terrenos y construían. Una de esas casas estaba llena de bombas molotov. Y lo lógico era destruir una serie de puentes peatonales para impedir el paso de las primeras avanzadillas de los pinochetistas hasta que llegaran las tropas de Prats. Luego resultó que Prats a esa hora estaba preso ya. No había tropas, no había nada, el general estaba detenido. Además, ¿cómo vas a tirar puentes peatonales con bombas molotov? Era una locura absoluta. Porque no había nada, ni armas cortas..., sólo bombas molotov. Era impresionante. Y así fue el día.

Y luego, ¿qué pasó al día siguiente del golpe militar?
Luego la suprema resaca. Un barrio aguantó el golpe, estaban mejor preparados, atacaron una comisaría, redujeron a los carabineros y aislaron el barrio. Pero era meterse en la boca del lobo. Lo bombardearon desde el aire.
Se escuchaban balazos todo el santo día. Cuando bombardearon La Moneda, desde el barrio donde yo estaba, lo oías y de vez en cuando veías a los aviones.

Bueno, pero ¿cómo logró salir de una situación semejante?
Cuando me detienen en la carretera y el teniente del puesto de retén se comunica con Concepción para dar el parte de lo que ha pasado, me asusté: "estoy frito, me matan". Me puso como uno de los diez más buscados de Chile, por lo menos. El hombre estaba inflando su captura, claro. Me vinieron a buscar en un vehículo especial con dos armarios, dos tíos gigantescos; en mi vida había visto carabineros más grandes. Luego me llevaron a la comisaría y en ella había otro teniente que era todo lo contrario al que me había detenido, razonable, y se dio cuenta de que yo de terrorista no tenía nada, que tampoco era extranjero y que no había hecho nada. Pero ya no me podía soltar, al menos no me dejó allí.
En un mismo día pasé por carabineros, pasé por otro sitio, no recuerdo bajo qué órdenes estaba y, al final, terminé en la policía de investigación, los policías que van de civil, que en Chile se llaman así. Y tuve mucha suerte.

¿Qué es lo que ocurrió en realidad? ¿Cómo logró salir?
A mí me sacaron de la cárcel dos policías, que habían sido compañeros míos a los quince años. Yo salí a los ocho días porque estaban estos dos allí; si no me hubiera podido pasar un mes o dos. Pero un día voy y me encuentro a un detective que dice: "¿no te acuerdas de mí? Soy tu compañero". Yo no me acordaba de nada. Fue impresionante.

¡Pero si en Llamadas telefónicas hay un cuento que narra exactamente esto! Yo pensaba que era puro invento, un juego literario. Incluso me recordó un poema de Nicanor Parra, donde unos personajes populares chilenos, "compadres", si no me acuerdo mal, establecen el mismo diálogo absurdo que mantienen los detectives del cuento.
No, en gran parte es autobiografía. Yo realemente me encontré con esos dos ex compañeros de colegio en la cárcel, y ellos me sacaron de allí. Pero lo de Nicanor Parra también es cierto. Todos mis textos me los planteo como un escrito donde prima el argumento, pero tiene sus reversos, su contraire. Y en este caso el contraire era el poema "Saranguaco" de Nicanor Parra, su esquema, el diálogo imposible, una especie de diálogo loco. Y es parte del folclore chileno, además.

¿Y por qué esa necesidad de un reverso, de una sombra literaria?
Por una cuestión de economía. Cada cuento tiene su reverso, pero ceñido con una disciplina de hierro. Porque de lo contrario no hubiera podido escribir los catorce cuentos de este libro, hubiera escrito catorce novelas. Y, probablemente, catorce novelas infinitas. Por ejemplo, "Vida de Anne Moore", el último cuento de Llamadas telefónicas es, en su reflejo, una novela-río de aproximadamente seiscientas páginas. Suceden cosas que se pueden contar en seiscientas páginas, pero con tranquilidad perfecta.

Esas sombras o guías literarias resultan más visibles en los relatos de La literatura nazi en América. Tal vez porque allí hubo la necesidad de ilustrar con obras la biografía de los imaginarios autores presentados... Yo creo que La literatura nazi es una novela, con exposición, desarrollo, desenlace. La novela más típica...

Ya, pero en definitiva es un conjunto de biografías unidas temáticamente, pero independientes.
Ahí hay otra cosa: es una novela, pero no para ser leída como novela. Se puede abrir por donde tú quieras, pese a tener los tres estadios clásicos de la novela. Por ejemplo, creo que se puede empezar por el epílogo. Lo más probable es que haya fracasado, pero la idea era ésa y creo no era mala del todo. Ahora, me moriré diciendo que es una novela.

¿Por qué le obsesionó la cultura de la extrema derecha en América Latina?
El mundo de la ultraderecha es un mundo desmesurado y es interesante de por sí. Lo que pasa es que yo cojo el mundo de la ultraderecha, pero muchas veces, en realidad, de lo que estoy hablando es de la izquierda. Cojo la imagen más fácil de ser caricaturizada para hablar de otra cosa. Cuando hablo de los escritores nazis de América, en realidad estoy hablando del mundo a veces heroico, y muchas más veces canalla, de la literatura en general.

Ciertamente, no sólo los fachas cometieron horrores en América Latina. Ahí está el caso de aquel poeta salvadoreño que asesinaron sus camaradas. Roque Dalton. Yo conocí a varios de los que mataron a Roque Dalton. Viví en El Salvador antes de que comenzara la Guerra Civil, y de los diez comandantes principales cuatro eran escritores. Y a dos de ellos los conocí. A uno que se llamaba Cienfuegos y a otro que no sé cómo demonios se llamaba. Y conocía a muchos escritores y...

Gente encantadora, seguramente...
Hombre, sí, encantadores. Algunos no tanto. Además, yo recorrí toda la costa del Pacífico de América Latina en mi camino hacia Chile en el año 73, y éstos tenían mi edad: veinte años, veintidós, veintitrés... O algo más. Quien me presentó a esta gente fue Manuel Sorto, que era el cienasta oficial de la guerrilla, el que filmaba las películas, a riesgo de su vida, que luego se exhibían en todo el mundo. Fue una persona muy ética. Pero, por ejemplo, Cienfuegos, que es uno de los que dieron la orden de matar a Roque Dalton, yo me pregunto si, incluso, no hay allí una enemistad literaria.
¿Por qué? ¿Era un poeta malo?
No, Cienfuegos no era un poeta malo, pero no tenía nada que hacer al lado de Roque Dalton. Creo que a Dalton lo mataron, básicamente, por lo de los hijos haciendo el ritual de la matanza del padre.

Pero en vez de literaria, esa vez la matanza fue literal.
Sí, sí, literal. Además lo mataron mientras dormía. No, no lo despertaron; él nunca supo que lo iban a matar. Discutieron durante todo el día, porque Roque Dalton se oponía al levantamiento armado y los comandantes decían que ya era la hora y que había que empezar la revolución. No llegaron a ningún acuerdo; Roque Dalton se fue a dormir, los comandantes siguieron discutiendo y dijeron: hay que matarlo. Como si fuera una banda de gángsters. Y dijeron, matémoslo ahora que está durmiendo, porque es poeta, para que no sufra. Palabras literales.

El próximo libro debería ser La literatura bolchevique en América Latina... Sí, pero tal vez no accedo de una manera directa a ello porque me duele mucho.